El día 15 de mayo, Madrid celebra la fiesta de su Patrón, San Isidro Labrador. Chulapas y chulapos, claveles y mantones de Manila pueblan las calles de la capital a ritmo de chotis en su día grande. Y, ¿cómo no? También existe una tradición gastronómica muy arraigada: la de comer rosquillas tontas y listas y, beber limonada.
Cuenta la leyenda que San Isidro poseía el don de encontrar fácilmente agua y que, incluso, hizo brotar un manantial en el lugar donde se ubica la Ermita de San Isidro. Allí sigue existiendo una fuente, que solo permanece abierta durante dos semanas al año (la anterior y la posterior a la festividad) y que, hasta hace unos años, estaba conectada al manantial o pozo principal. Según la historia, Isabel de Portugal, esposa de Carlos I de España, mandó construir la ermita en ese lugar para agradecer al santo el “milagro” que las aguas del manantial habías obrado en su hijo, Felipe II, quien tras beber de sus aguas se recuperó de unas peligrosas fiebres que había contraído. Todavía hoy se sigue bebiendo el “agua del santo”, bendecida unos días antes del 15 de mayo, aunque nos tememos que poco tiene que ver ya con aquel manantial milagroso.
Rosquillas tontas y listas: la tradición manda
Pero, como decíamos, la tradición que más nos gusta de esta festividad madrileña tiene que ver con la gastronomía, dulce en este caso, y es la de elaborar (y degustar) las rosquillas, que se preparan de cuatro formas que dan lugar a sus nombres: tontas, listas, francesas y de Santa Clara.
Una vez más, echamos mano de lo que cuenta la historia. Parece ser que estas rosquillas las empezó a elaborar y comercializar una mítica vendedora, conocida como la “Tía Javiera”. La fama de sus rosquillas fue creciendo y empezaron a surgir otros vendedores que las elaboraban y ofrecían en puestos durante la festividad, asegurando que eran familiares de la susodicha “Tía Javiera”. Y debía de tener muchos parientes porque el número fue creciendo hasta que la venta de estas rosquillas se convirtió en una tradición. Antiguamente, se solían acompañar de vino blanco de Arganda (localidad ubicada al sur de la Comunidad de Madrid), aunque también es costumbre tomarlas con limonada.
Las cuatro variedades de rosquilla, en realidad, se elaboran a partir de una base similar que lleva huevos, azúcar, un buen aceite de oliva suave, harina y anís (en grano y/o líquido). La diferencia reside en la cobertura que se añade a cada una de ellas. Son relativamente sencillas de preparar y las podéis elaborar en casa (y de manera mucho más fácil, además, si disponéis de Thermomix). Vamos a conocer sus diferencias.
Las rosquillas tontas son, quizá, las más sencillas. Tienen un sabor anisado y se bañan con un poco de huevo.
Por su parte, las rosquillas listas llevan un glaseado por encima elaborado con claras de huevo y azúcar glass.
Las rosquillas de Santa Clara están cubiertas de un merengue seco de color blanco. Se cuenta que fue una variedad que comenzaron a elaborar las monjas Clarisas, quienes las vendían en el convento para recaudar dinero para la orden.
Por último, las rosquillas francesas llevan una cobertura elaborada con almendra picada y azúcar. Parece ser que a Doña Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, no le gustaban demasiado las rosquillas tontas porque las encontraba muy simples, así que pidió a su cocinero de la Corte que le preparase una versión un poco diferente para animarlas.
¿Y vosotros? ¿Habéis probado las cuatro variedades? ¿Cuál es vuestra favorita? Sea cual sea la que elijáis, desde aquí os deseamos… ¡Feliz San Isidro!