Los hábitos alimentarios de las familias han cambiado mucho en los últimos 50 años. El recuerdo que tenemos de las comidas en casa de nuestros abuelos es el de toda la familia reunida en torno a la mesa, una situación que ha ido cambiando. La creciente incorporación de la mujer al ámbito laboral, los horarios de trabajo y el aumento de la tendencia a comer fuera de casa, ha ido haciendo menos habitual esa estampa de la familia comiendo unida en casa.
Y, como todo, tiene algunas consecuencias negativas. Según un estudio publicado recientemente en el Journal of Pediatrics, los niños que no llevan a cabo la comida con su familia desarrolla una mayor propensión a la obesidad en el futuro.
Los investigadores han analizado los datos del proyecto «Eating and Activity in Teens», que han registrado los hábitos en las comidas y su relación con el Índice de Masa Corporal (IMC) de niños en edad escolar (primaria y secundaria) a lo largo de diez años, hasta que son jóvenes o adultos. Tras una década de estudio, más de la mitad de los 2.117 participantes del estudio, presentaban sobrepeso y obesidad. La frecuencia con que realizaban comidas en familia durante su infancia apareció como un factor significativo en su trayectoria de ganancia de peso.
Comer juntos, al menos, tres o cuatro veces por semana
De manera específica, los jóvenes adultos que comían al menos una o dos veces por semana en familia cuando eran niños presentaban un 45% menos de posibilidades de padecer sobrepeso frente a aquellos que no realizaban ninguna comida en familia (aunque estos datos no resultaron ser relevantes al medir los índices de obesidad). Sin embargo, los resultados fueron más significativos en familias que comían juntas al menos tres o cuatro veces por semana. En esos casos, el riesgo de obesidad se reducía a la mitad.
La investigación, llevada a cabo por la Universidad de Minnesota, revela que las comidas en familia conllevan una previsión de los alimentos que se van a servir y, por tanto, hay una mayor ingesta de frutas, verduras, cereales, etc.
Pero no sólo eso, hay que tener en cuenta también que la infancia supone un periodo crucial aprendizaje de los hábitos alimentarios que van a marcar la vida adulta. Como recoge un estudio sobre el ambiente durante la hora de la comida en la infancia, llevadoa cabo por Instituto DKV de la Vida Saludable, en colaboración con la Fundación Thao, el papel de los padres es fundamental para determinar esas futuras actitudes. Además, durante los primeros años de vida de los niños se determinan las preferencias por ciertos sabores, la autorregulación de la ingesta, así como la transmisión de creencias familiares y culturales sobre la alimentación y la actividad física, por lo que las comidas en familia son importantísimas.
El estudio refleja que la mayoría de las comidas tienen una duración de entre 20 y 35 minutos, aunque una duración mayor suele corresponder a familias con una mayor interacción con los hijos a la hora de la comida, un modelo compartido y conversacional, mientras que en los casos de duración de menos de 20 minutos (en algún caso, hasta de 10 minutos), la situación representa a los niños que comen sólo con la presencia de uno de los progenitores y que centran su atención en el acto de comer y en los modales.
El estudio asegura que seguir una actitud parental de comprensión del comportamiento infantil, pero respondiendo con seguirdad y firmeza, logra los objetivos propuestos con una dinámica fluida. Al contrario, cuando aparecen ciertas dificultades en la relación, el ambiente se tensa y se crean dinámicas de insatisfacción en los padres y una mala experiencia final en los pequeños, que propician conductas inadecuadas. Los expertos aseguran que no hay niños peores comedores que otros, sino que todos se definen por dos actitudes básicas: distracción y lentitud. Por eso, los mejores resultados se registran con el modelo conversacional, en el que uno o ambos progenitores comen con los hijos, con interacción y conversación; con una menor presencia de juguetes y televisión durante las comidas; incorporando el gusto por comer y probar nuevos alimentos; utilizando menos estrategias pero más concretas para lograr sus objetivos; y en un ambiente agradable y distendido.